Habrá notado que las bolsas para las frutas en su supermercado están etiquetadas desde hace ya mucho tiempo como biodegradables. Estas no se deben confundir con las que se dan (o más bien compramos) en la Caja que son recicladas.
Un material biodegradable en presencia de oxígeno se convierte en CO2 y agua por la acción de microorganismos presentes en el medio natural, ya sea terrestre o acuático. A diferencia de la gran mayoría de los plásticos tradicionales, cuyas cadenas moleculares están compuestas exclusivamente por átomos de carbono, los plásticos biodegradables tienen en su estructura molecular átomos de oxígeno resultantes de enlaces éster. Esto hace que estas cadenas sean más débiles frente a la acción de determinadas bacterias y hongos capaces de romperlas en periodos de tiempo que van desde unas pocas semanas hasta unos años, dependiendo de las condiciones ambientales. Nada que ver con los plásticos convencionales, que en entornos de baja energía, al menos en teoría, tienen el potencial de persistir durante siglos. Si a esto le sumamos que podemos fabricar plásticos biodegradables a partir de biomasa en lugar de combustibles fósiles, podemos convertir estos materiales en un recurso renovable.
Pero no todas son ventajas. Por un lado, es técnicamente más difícil fabricar plásticos biodegradables, por lo que son más caros y pueden requerir más aditivos químicos para lograr las mismas propiedades mecánicas que las bolsas de polietileno de toda la vida. Por otro lado, cuando se descomponen, pueden liberar sustancias químicas o nanopartículas con efectos nocivos para los organismos. En este segundo punto estamos trabajando financiados por la Agencia Española de Investigación (AEI) en el marco del Proyecto RisBioPlas, coordinado por la UDC.
Para evaluar el efecto potencial de los plásticos en los organismos, preparamos extractos de plásticos pulverizados con agua de mar, que llamamos lixiviados. La idea es que cualquier producto químico que lleve el plástico irá al agua y podremos identificar su presencia mediante análisis químicos o pruebas biológicas. Si incubamos en estos lixiviados organismos marinos sensibles, como las larvas de erizos de mar, las larvas detectarán la presencia de cualquier químico nocivo, incluso en concentraciones muy bajas, y presentarán en ese caso un desarrollo anormal. En la foto de la izquierda se puede ver una larva de erizo de mar incubada en lixiviados marinos de una bolsa de polietileno preparada mezclando 1 g de plástico por litro de agua y diluyendo a 1/3, y a la derecha tres larvas incubadas en lixiviados de una bolsa biodegradable preparada exactamente de la misma manera. Como puede observarse, estos últimos tienen un tamaño menor y diversas aberraciones morfológicas.
Actualmente estamos tratando de identificar los efectos tóxicos de los químicos presentes en las bolsas biodegradables o derivados de su degradación, para que antes de lanzarnos a reemplazar el polietileno inofensivo por otros materiales, por muy "bio" que sean, estemos seguros de que el remedio no será peor que la enfermedad.
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